ULA Y ULAQUE


Esta es la historia de dos búhos Megascops choliba (conocidos comúnmente como Currucutú o Buhito Común) quienes cayeron a nuestro patio el 29 de marzo de 2011 cuando una fuerte tormenta les destruyo su nido.
Les pusimos por nombre Ula y Ulaque en razón a su apariencia, pero no sabemos con certeza cual es su sexo.
Ula murió el 18 de diciembre de 2011 a causa de un ataque propiciado por un ejemplar de su misma especie.
Ulaque permanece con nosotros, pero todas las noches sale a disfrutar de su libertad y regresa en las madrugadas al lugar que reconoce como su hogar. Algunas veces Claque (un buho silvestre), quien no se atreve a entrar, lo acompaña hasta la puerta.

28 jul 2012

15 de septiembre de 2011

Ulaque regreso a las  6 AM, sin hambre, busco a Ula que muy tranquila estaba en las vigas del techo y le propicio varios golpes. Pasaron la mañana durmiendo, cada uno por su lado.

En la tarde Ula me visito en mi puesto de trabajo, se posó sobre el monitor del PC.

Ulaque estuvo calmado.

Los sacamos a las 4 PM a la casita y  permanecieron estáticos cada uno en su ventana hasta las 7 PM, volaron por el corredor, cazaron mariposas, Ulaque se bañó en la piscina, no se alejaron de la casa y se entraron a las 8:30 PM


Mensaje de Rafael Contreras: 

No te habia comentado el correo anterior sobre la falta de asistencia de Ula, pero por supuesto que seguimos con Anny las peripecies de este par de criaturas maravillosas y sus padres.

Creo que Uds han batido el record de perseverancia en la devoción por sus pajaros-hijos

Interesante ver la pugna entre las afujías que produce la libertad y la seguridad de la casa.

Te transcribo este fragmento de libro "El anillo del rey salomón" de Konrad Lorenz del cual te he hablado ya varias veces y que viene como anillo al dedo para este trance.......

Rafael

"La tercera vez que me vi en peligro de ser llevado a una casa de orates tuvo la culpa mi gran cacatúa de copete amarillo «Koka». Poco antes de Pascua había comprado, a un precio relativamente elevado, esta ave, que era bella y muy mansa. Tardó muchas semanas en poder superar los daños psíquicos de su cautividad. Al principio no podía comprender que ya no estaba sujeta y que podía moverse libremente. Era un espectáculo verdaderamente lastimero ver al magnífico animal, posado en una rama, intentando emprender el vuelo, pero sin atreverse a volar realmente, porque «no podía creer» que ya no estaba sujeto a una cadena. Cuando, finalmente, superó todas sus inhibiciones, se convirtió en un ave vivaracha y esforzada y comenzó a mostrarme un afecto entemecedor, semejante al de un perro.

Cuando la dejaba salir del lugar en que aún se encerraba por la noche, volaba a buscarme, con lo cual ejercitaba una inteligencia asombrosa. Al poco tiempo conoció los lugares en que era probable que me encontrara yo: primero volaba a la ventana de mi dormitorio, y si no me encontraba allí, se dirigía al estanque de los patos y luego repetía mi recorrido matutino a las distintas residencias de animales de nuestra estación. Esta búsqueda pertinaz no estaba exenta de peligros, y varias veces se extravió. Por esta razón, mis colaboradores habían recibido instrucciones rigurosas, en el sentido de que no dejaran a la cacatúa en libertad mientras yo estuviera ausente.

Un magnífico sábado de junio, viniendo de Viena, me apeé en la estación del ferrocarril de Altenberg, junto con un grupo de turistas que venían a pasar el fin de semana y a bañarse, pues los días de fiesta mi población natal es muy frecuentada por excursionistas. Había dado unos pocos pasos por la calle principal, donde la multitud aún no se había dispersado, cuando vi alta, muy alta, un ave, que de momento no pude identificar. Volaba con un aleteo uniforme y pausado, interrumpido a intervalos regulares, en los que se dejaba deslizar suavemente. ¿Un águila ratonera? El ave me parecía más pesada y, sobre todo, más cargada por unidad de superficie de sustentación. ¿Una cigüeña?

No era lo bastante grande, y si lo hubiera sido, pese a la gran altura a que estaba, se habría notado la longitud del cuello y las patas. El ave se inclinó, y los rayos del sol, que ya iba a su ocaso, iluminaron por un momento la parte inferior de las alas, que brillaron sobre el azul del firmamento. El ave era blanca: ¡Dios mío!, era mi cacatúa, que estaba a gran altura, verosímilmente con la intención de emprender un largo recorrido, en vuelo de gran regularidad.

¿Qué hacer? ¡Llamar al ave! ¿Has oído alguna vez, lector, la voz de llamada, en vuelo, de la gran cacatúa de moño amarillo? ¿Nunca? Pero sí que conocerás la matanza del cerdo a la antigua. Pues bien, imagínate los chillidos del cochino, en su máxima intensidad, como si fueran recogidos con un micrófono y, amplificados, emitidos por un altavoz. El hombre los puede imitar muy bien, aunque algo débilmente; le basta gritar «¡oee, oee!» con todas las fuerzas de sus pulmones. Ya había comprobado que la cacatúa entendía esta imitación, y acudía rápidamente a las voces. ¿Pero me oiría desde una altura tan grande? Había que probarlo. A las aves les cuesta siempre más decidirse a bajar que a subir. ¿Debo gritar o no? Si bramo y acude el ave, todo está bien.

Pero, ¿y si grito y el ave no hace caso, y sigue en las alturas? ¿Cómo va a interpretar mis vociferaciones la multitud de personas que me rodean?

Por fin me decidí: bramé y bramé bien. A mi alrededor, las personas quedaron como si un rayo los hubiera caído encima. La cacatúa revoloteó un momento irregularmente, luego sus blancas alas se plegaron y se precipitó en vuelo picado, para aterrizar sobre mi brazo extendido. Todo había ido bien......




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